Hotel Pangkor Laut Resort en Malasia.. te espera!
Aquí algunas de las Memorias irrepetibles.. Al llegar al muelle nos escoltan hasta el elegante edificio de la recepción. Como todas las estructuras de la isla, está construido al estilo malayo tradicional, lo cual significa maderas oscuras, techos altos y puntiagudos y muchas ventanas muy grandes para gozar la brisa y las vistas en todas direcciones. Los pavos reales haraganean por todas partes sin la menor muestra de timidez.
Ascendemos a la suite, un alojamiento sobre la ladera de la colina, por elevador. Es una de las cuatro que componen una villa de dos pisos rodeada de tupida vegetación. La suite tiene balcón privado, una amplia recámara y un espacioso baño vestidor; discreta, linda, cómoda.
Y, cuando uno menos se lo espera, suceden cosas: por la noche aparecen repelentes de mosquitos eléctricos, por las mañanas, champú y cremas de plátano y otras monerías frutales confeccionadas según las propias fórmulas del resort.
Una tarde en Pangkor Laut podría significar una caminata por la jungla hasta la playa de enfrente, Emerald Bay, un pedazo de arena blanca tan hermoso que se ha convertido en un destino muy popular para celebrar bodas. O chapotear en una de las tres piscinas de mosaicos azul oscuro a unos metros del océano. También hay canchas de tenis y squash pero, por experiencia propia, pocos son los que logran realizar una actividad estructurada.
Los restaurantes son sencillamente maravillosos.
El bufé de desayuno —que puede ser continental o asiático— también se sirve junto al mar, en una estructura al aire libre, donde corren los panes y bizcochos recién horneados y un arco iris de jugos, mangos, papayas y guayabas. El sol de la mañana llega de lado, y los pavos reales arrastran sus colas iridiscentes.
Yo opté por el tratamiento tradicional malayo para princesas. Después de una ducha gloriosa bajo una regadera externa y un cielo azul perfecto; descalzo, disfrutando la suave textura de la masiva piedra que era el suelo, me sentí realmente renovada.
Casi limpia, caminé hacia el muelle para tomar el crucero de la puesta del sol. Desde la terraza en el techo del coqueto barco de madera, el sol anaranjado se sentía hermoso y libre sobre la piel, o por lo menos libre de aceite. El color del agua a esa hora era como el verde oscuro del jade, un verde que recuerda la frase china “el oro es valioso, pero el jade no tiene precio”.
En mi última noche, ya tarde, bajo un cielo aterciopelado, y flotando boca arriba, me dejé hipnotizar por las estrellas centelleantes, las siluetas de las palmeras, la sensación del mármol negro de la alberca en la punta de mis dedos. Supe claramente que para disfrutar de eso y del siguiente horizonte, el del océano verde, no necesitaba una isla entera para mí. Ni tampoco las formas tan perfectas en que ésta estaba domada. Pero, quién hablaba de necesidad. Éste era un viaje único, y logré disfrutar cada uno de sus instantes. No por irrepetibles, sino porque no había nada que se impusiera entre mí y lo más hermoso que hay en el mundo, sino todo lo contrario.
Ascendemos a la suite, un alojamiento sobre la ladera de la colina, por elevador. Es una de las cuatro que componen una villa de dos pisos rodeada de tupida vegetación. La suite tiene balcón privado, una amplia recámara y un espacioso baño vestidor; discreta, linda, cómoda.
Y, cuando uno menos se lo espera, suceden cosas: por la noche aparecen repelentes de mosquitos eléctricos, por las mañanas, champú y cremas de plátano y otras monerías frutales confeccionadas según las propias fórmulas del resort.
Una tarde en Pangkor Laut podría significar una caminata por la jungla hasta la playa de enfrente, Emerald Bay, un pedazo de arena blanca tan hermoso que se ha convertido en un destino muy popular para celebrar bodas. O chapotear en una de las tres piscinas de mosaicos azul oscuro a unos metros del océano. También hay canchas de tenis y squash pero, por experiencia propia, pocos son los que logran realizar una actividad estructurada.
Los restaurantes son sencillamente maravillosos.
El bufé de desayuno —que puede ser continental o asiático— también se sirve junto al mar, en una estructura al aire libre, donde corren los panes y bizcochos recién horneados y un arco iris de jugos, mangos, papayas y guayabas. El sol de la mañana llega de lado, y los pavos reales arrastran sus colas iridiscentes.
Yo opté por el tratamiento tradicional malayo para princesas. Después de una ducha gloriosa bajo una regadera externa y un cielo azul perfecto; descalzo, disfrutando la suave textura de la masiva piedra que era el suelo, me sentí realmente renovada.
Casi limpia, caminé hacia el muelle para tomar el crucero de la puesta del sol. Desde la terraza en el techo del coqueto barco de madera, el sol anaranjado se sentía hermoso y libre sobre la piel, o por lo menos libre de aceite. El color del agua a esa hora era como el verde oscuro del jade, un verde que recuerda la frase china “el oro es valioso, pero el jade no tiene precio”.
En mi última noche, ya tarde, bajo un cielo aterciopelado, y flotando boca arriba, me dejé hipnotizar por las estrellas centelleantes, las siluetas de las palmeras, la sensación del mármol negro de la alberca en la punta de mis dedos. Supe claramente que para disfrutar de eso y del siguiente horizonte, el del océano verde, no necesitaba una isla entera para mí. Ni tampoco las formas tan perfectas en que ésta estaba domada. Pero, quién hablaba de necesidad. Éste era un viaje único, y logré disfrutar cada uno de sus instantes. No por irrepetibles, sino porque no había nada que se impusiera entre mí y lo más hermoso que hay en el mundo, sino todo lo contrario.
Fuente: http://www.revistatravesias.com/numero-49/reporte-de-hotel/pangkor-laut-una-isla-hecha-resort.html
solicita informes: susyexcelcadereyta@hotmail.com
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